9/12/14

Bombardeo orbital

- Nunca has sido testigo de un bombardeo espacial, ¿verdad? Pues no pierdas detalle. Si es muy intenso, la nave se estremece con la fuerza de los disparos y en la superficie del planeta pueden verse las ondas de choque como gotas de lluvia sobre un estanque.

- ¿Qué potencia tiene cada disparo?

- Eso depende del planeta y su gravedad, pero bastante elevada. No hay cargas explosivas ni sistemas de detonación. Se trata de energía cinética, simple y destructivamente. Un solo disparo afecta a kilómetros cuadrados y en el planeta se siente como un repentino movimiento sísmico de gran intensidad. Los edificios se derrumban, los cristales revientan y las personas quedan aturdidas durante preciosos minutos.

- ¿Y la precisión? ¿La fricción contra la atmósfera y las corrientes de aire no hacen que sea un sistema poco preciso?

- No, lanzamos a esos pequeñines a tal velocidad que las interferencias apenas influyen en la trayectoria. La velocidad ayuda a la potencia del impacto, pero también mejora la precisión. A veces acusan a la flota de utilizar más fuerza de la necesaria, pero no saben que gracias a eso somos mucho más precisos y podemos acertar a un objetivo del tamaño de una persona desde decenas de miles de kilómetros de distancia.

- Con esa precisión y esa potencia de fuego, cualquiera diría que la flota es capaz de ganar cualquier batalla en la superficie de un planeta.

- A veces basta con la amenaza de esa precisión y esa potencia para ganar la batalla.

- Y entonces, ¿por qué llevamos infantería móvil embarcada en la flota?

- Bueno, alguien tiene que buscar a los supervivientes y sentarlos en la mesa de negociaciones.

12/9/14

El soldado

Aquella era la primera vez que veía a un veterano de guerra, con ese intenso brillo en los ojos que no parecía mirar a ningún lado. Estaba allí, sentado, en medio de la sala de espera de la terminal de transito de Xeo Tres, con su pelo rapado, su inexistente barba y unas ropas de civil que alguien había olvidado en el fondo de un armario. No descansaba, sus brazos no se apoyaban en ningún sitio, tan solo su espalda, recta, y la puntera de sus pies parecían soportar todo el peso; y este se adivinaba grande con esos brazos y esos muslos que sus dos manos no abarcarían.

Con dos refrescos en la mano que compro por impulso aunque no le agradaban, se acercó al soldado sin tener muy claro qué iba a decirle:

– ¿Me permite invitarle a un ariol? – y le enseñó el vaso de plástico donde las burbujas del líquido transparente aún intentaban liberarse. El centró la vista en el recipiente, luego en los cinco dedos que lo sujetaban, el brazo y el rostro de ella. No pareció sorprenderse de su desnuda y ahuevada cabeza. Sus labios se movieron, quizás fue un gracias o una sonrisa y aceptó la invitación.

Se sentó junto a él y antes de que su presencia le incomodara, volvió a preguntarle:

– ¿Vienes o vas?

– Vuelvo. He estado tres semanas de R&P y debo presentarme en dos días.

En el dataóptico de ella se iluminó la señal de un mensaje de su jefe, pero lo ignoró. El soldado tenía ganas de hablar y ella quería escucharlo. Sentía que, de alguna forma, tenía la misión de escucharle.

– ¿Cómo es? ¿Esos libertarios son tan locos como los retrata la holo?

– No, en realidad no –y de nuevo apareció esa mueca que ahora estaba segura que era una sonrisa.– Sus planetas no son tan distintos a los nuestros y su gente podría caminar en la plaza de la Aguja; y nadie los distinguiría.

– ¿No se enfrentan a vosotros? –preguntó sorprendida mientras ignoraba un nuevo mensaje de su jefe. Consultar la red de datos y mantener una conversación al mismo tiempo era algo que la gente aprendía a hacer desde la infancia. El soldado no se dio cuenta de que lo hacía. Es posible que él estuviera haciendo lo mismo.

– A veces sí y los combates son duros, pero la mayoría de las veces se contentan con mirarnos con hostilidad mientras descargamos los alimentos.

– ¿Y por qué, entonces, esa hostilidad?

– No sabría decirlo. En una ocasión llevamos medicinas a una ciudad donde había estallado una epidemia tifoidea. Cuando volvimos una semana después, el noventa por ciento de la gente había muerto y no habían tocado los paquetes...

– ...Quizás pensaran que estaban envenenados o quizás les amenazaran para que no los cogieran.

Ignoró el aviso de conexión por tercera vez.

– No, no es eso. Si tu familia se está muriendo de fiebre, no dejas de probar una posible solución ni aunque te maten ni aunque te puedas morir. No, es otra cosa, algo más profundo.

– ¿Qué puede ser?

– No nos quieren allí. No han pedido que vayamos y prefieren morir a darnos una excusa para quedarnos.

– Si no estuviéramos allí, morirían millones de hambre. –repitió la propaganda.

– Sí, sin duda, pero ellos lo prefieren así –y como si se diera cuenta de que estaba hablando de más, apuró su bebida y se levantó dispuesto a marcharse.

– Mi nombre es Elhi –dijo ella a modo de despedida.

El dudó y le respondió:

– Bian, soldado Bian.– Era mentira.

Le vio alejarse mientras su dataóptico desplegaba los mensajes ignorados. Eran todos iguales. Su redactor jefe, que se creía superior a causa de los heteroprogenitores de ella, creía que un mismo mensaje enviado varias veces tenía más posibilidades de llegar a su destino. En ellos le preguntaba si había salido ya hacia el Sector Libertad. Le respondió que sí y, de alguna forma, no mintió.