Yo aprendí a amar la literatura en el colegio; allí descubrí
de la mano de un profesor al que con maldad llamábamos 4M (medio metro mal
medido) y que se llamaba Don José (sí, todos mis profesores tenían un don
delante, era otra época), que los libros iban más allá del Quijote, lectura, a
mi entender, poco recomendable a esa edad. En mi casa teníamos muchas obras de
teatro, cosa de familia, y leía a Poncela o a Paso como si fueran
tebeos, sin comprender que aquello era igual de literario que el Mío Cid. Este
hombre nos mandó leer la novela «Sexta Galería» de Martín Vigil y recuerdo que
empecé a leerla sin ninguna esperanza o, más bien, esperando una nueva
Celestina. Para mi sorpresa, las historias de aquellos mineros me atraparon y
la angustia de su encierro me hizo devorar aquellas páginas. Aquel fue el libro
que me convirtió en lector de novelas.