21/7/15

Tanaka 2.B

Déjeme que le explique y le aclare que son esos cables que salen de su cabeza. Debería seguir durmiendo, pero parece que la anestesia tiene menos efecto en su organismo del esperado. Merece una respuesta a su silenciosa pregunta. Y no, perdone, me temo que aún no puedo quitarle el laringoscopio. No tardaremos ya mucho.

Siempre nos maravillamos de la capacidad del cerebro para recordar cosas y, en nuestro desconocimiento, creímos que era muy grande; incalculable llegamos a decir. Nos equivocamos, claro. Las señales estaban ahí, pero no quisimos verlas. Cuanto más alargábamos la vida de las personas más enfermedades relacionadas con la memoria se descubrían y cuando la ciencia médica consiguió mantener nuestros cuerpos jóvenes cientos de años, comprendimos que nuestra mente tenía un límite. Había que perder recuerdos para hacer sitio a las experiencias de una vida alargada artificialmente.

7/7/15

El silencio de los soldados

Silencio. Ese es el sonido que una nunca espera oír en el campo de batalla. No es una quietud total porque el crepitar de las llamas acabando con los rescoldos húmedos de la noche llega acompañado del lamento de los moribundos, pero comparado con el retumbar de las armas de disparo rápido, el zumbido de los pesados levitadores militares o las explosiones cercanas de las granadas, aquello era lo más parecido a la tranquilidad, el silencio de los soldados.

Una pila de cadáveres forma una grotesca montaña en el centro de lo que hace unas horas fue un campo de batalla, y el día anterior una tranquila plaza con un diseño ecológico y sostenible. Nada queda de ello y nunca volverá. Nadie podrá borrar el horror de los cuerpos retorcidos, mutilados y desnudos, compartiendo su palidez; los tentáculos de los mibu colgando sobre las espaldas de los humanos y la sangre roja y transparente apelmazando el vello de los úkaros. No hay segregación en la muerte.

Todos ellos compartían el pecado de ser libertarios y de haberse opuesto a la misión humanitaria de los inmos. ¿Era justo el precio? ¿Los miles de niños y familias que mañana comerían justificaban lo pagado? Alguien en Vettera pensaba que sí, pero allí, junto a la pila de los derrotados, era fácil pensar otra respuesta.